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1990 FERIA DE ARTE CONTEMPORÁNEO, ARCO

Texts

Se disponía de una de las más rigurosas y bellas piezas arquitectónicas de Madrid: el Palacio de Cristal de la Casa de Campo, de Asís Cabrero. La gran caja de cristal está construída con una sencilla estructura estérea que cubre un plano libre sobre y desde el que el espectador puede contemplar el panorama de la cornisa oeste de Madrid. La idea central de la actuación era la recuperación del orden y la tensión en este espacio. Si se trataba de una Feria con stands a lo largo de unas calles, éstas, como en una ciudad ideal, debían tener principio y final. En ese final, a modo de «Belvedere», se dispusieron las áreas de descanso. Su situación en la banda final de la fachada Este producía un doble resultado: la clara referencia de estas zonas siempre al fondo, y la incorporación del paisaje a través de las grandes fachadas acristaladas, que hacía que, virtualmente, estos espacios se ampliaran sobre el paisaje existente. Para su contemplación se colocaron unos asientos escalonados, gradas, enfrentados a esa espléndida panorámica.

REFLEJOS EN EL OJO DORADO DE MIES VAN DER ROHE

Sobre el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo en Madrid
de Francisco de Asís Cabrero

Cada decisión conduce a una clase especial de ORDEN. Por ello debemos dejar claro qué principios de ORDEN son POSIBLES y formularlos.
El largo camino desde el material, pasando por la función, hasta el trabajo creativo no tiene más que una única meta: CREAR ORDEN en la desesperada confusión de nuestra época.

Ludwig Mies Van der Rohe. 1938

En el tórrido verano de 1965, Mies Van der Rohe pasó por Madrid. Y la estupenda señora que me lo contaba le llevó al Museo del Prado, al prodigioso Palacio de Cristal del Retiro y, comenzando a caer la tarde, al imponente Palacio Real. Y allí dentro, por las ventanas que dan al Campo del Moro, y por lo tanto a la Casa de Campo, el viejo Mies descubrió la pieza. Parco en palabras reclamó de inmediato el ir a verla. Mi amiga, extrañada, se apresuró, tras finalizar precipitadamente la visita al real sitio, a llevarle al Pabellón de Cristal de la Casa de Campo, al que llegaron en pocos minutos a bordo del impecable Mercedes. Quiso la casualidad, el destino, que el edificio estuviera vacío. Se acababa de desmontar la exposición con la que el Pabellón se había inaugurado en el mes de mayo. Mies, como quien ya conociera la pieza de antemano, recorrió el espacio pausadamente: arriba abajo, adelante atrás, de un lado a otro. Y murmuró palabras ininteligibles. Y cuando se detuvo, en el centro y solo frente a la ciudad, cuando el sol del atardecer madrileño acababa de dorar la majestuosa cornisa que corona el Manzanares, Mies Van der Rohe, extasiado, con el azafranado paisaje reflejado en el brillo de sus ojos exclamó, ahora con fuerza y claridad: «Das ist es!, Das ist es!» (¡Esto es, esto es!)

Por su cabeza debieron pasar, como en una película, el Convention Hall que soñara para Chicago diez años antes y, más todavía, su proyecto para el Teatro Nacional de Mannheim que nunca llegaría a ver construído. ¿No era demasiada casualidad el que hasta las dimensiones fueran tan parecidas? ¿Quién demonios sería aquel certero arquitecto que parecía haber descubierto su juego mejor que sus supuestos discípulos? ¡Maldito Craig Ellwood! ¡Desdichado Myron Goldsmith!

Y Mies Van der Rohe quiso conocer a Cabrero. Las circunstancias hicieron que Cabrero estuviera aquellos días de verano en Santander, y el viejo maestro se quedó sin conocer a aquél a quien admiró.

(Mi amiga me contó que tras la visita al Pabellón de Cabrero no le quedó más remedio que llevar a Mies al Gimnasio del Maravillas de Sota, donde Mies ¡levitó! Pero esa historia, ¡genial!, se la dejo para otra ocasión.)

El Pabellón de Cabrero, en plenas coordenadas miesianas, es una de las más rigurosas y bellas piezas arquitectónicas de Madrid. Para verla antes o después del Gimnasio del Maravillas de Sota. La caja de cristal, obsesión y paradigma de la Arquitectura Moderna, está aquí construída con verdadero sentido. La certera estructura sostiene, cubre y acoge la realidad del plano ideal sobre y desde el que el espectador puede extasiarse ante el asombroso panorama de la cornisa oeste de Madrid.

El sueño, la obsesión de Mies fue, de una u otra manera, ofrecer a la humanidad la caja de cristal. El blanco dios de la Arquitectura colocó al hombre vertical sobre el plano horizontal para que dominara la tierra. Y lo cubrió con un plano para protegerlo de la lluvia y de la nieve. Y lo circundó de transparente vidrio para protegerlo del frío y del viento. Y así le dió casi todo con casi nada. Más con menos.

Y ese sueño de Mies Van der Rohe, la arquitectura que desesperadamente y de mil maneras buscan los Foster y los Rogers y los Piano, está hecha en el pabellón de Cabrero con casi nada. Con dos palabras, como la Poesía.

Tafuri, de un modo algo pedante, lo tildaría de signo neutro, como lo hacía al hablar del Crown Hall de Mies: «Todo el edificio como signo neutro; la voluntad de dominio sobre el caos está enteramente contenida en el acto intelectual que se distancia de lo real para afirmar su propia esencia», y que yo preferiría traducir como naturalidad, con voluntad de desaparecer en aras de la materialización del espacio continuo.

Y si, como apunta Curtis, la arquitectura de Mies «representa una singular combinación de la austera búsqueda intelectual de la impersonalidad (típica de Mies Van der Rohe) y de las posibilidades de la pericia y la alta calidad americanas», la de Cabrero, común con la de Mies en lo primero (voluntad de esconderse, de desaparecer) tiene que luchar o, mejor, apoyarse en la impericia y la falta de calidad tan propias de nuestro país. Y de ahí, ciertamente, esa mayor carga de «naturalidad», descuidada naturalidad, que hace tan atractiva la obra del maestro español.

El autor de este artílculo tuvo la suerte de que este año le encargaran, con la eficaz colaboración de Alejandro Gómez, la adecuación del pabellón de Cabrero para la última edición de ARCO. Tras analizarlo, entenderlo y disfrutarlo decidimos ¡lógicamente! que lo más acertado era ponerlo en valor: liberamos sus bordes y limpiamos las fachadas de cristal. Y colocamos unas gradas para contemplar el bellísimo panorama. ¿Dentro? ¿Fuera? todos tuvieron la misma, idéntica, sensación de éxtasis que sintió Mies en su visita. Les recomiendo intentarlo: entre exposición y exposición el Pabellón vuelve a quedar vacío, y es muy fácil llegar a aquel sitio de la Casa de Campo (En Metro, estación Lago, se llega pronto , bien y barato). Les aseguro que la sensación de dominio del espacio que se siente sobre aquel gran plano, en aquel espacio continiuo, es irrepetible.

La figura de Cabrero, de la talla de los Lewerentz, los Lubetkin, los Plecnik, los Fuchs o los Owen Williams, puede ser descubierta por los críticos en cualquier momento. Como ya lo han hecho con algunos de los citados. En su arquitectura se han ido traduciendo con tanta rotundidad como naturalidad los cambios que la Arquitectura Moderna ha ido sufriendo en los últimos años. Su Pabellón de la Casa de Campo, al igual que su edificio Arriba y Sindicatos, son piezas clave de nuestra historia de la Arquitectura.

Alberto Campo Baeza

Technical data

Arquitecto: Alberto Campo Baeza in collaboration with Alejandro Gómez García. Situación: Madrid. Proyecto: 1990. Construcción: 1990. Fotógrafo: EACB.

Imágenes

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